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CHIMALISTAC

Ayer domingo hice un interesante recorrido peatonal por una callecita: "Paseo del río", cuya entrada pasa desapercibida detrás de un puesto de tortas en Miguel Ángel de Quevedo. Mientras masticaba una torta de milanesa con queso me llamó la atención la tupida floresta que se divisaba al fondo del callejón. La tortera me dijo que por ahí se podía llegar al eje 10. Con un poco de curiosidad me asomé, y con otro poco caminé unos pasos. Enseguida sentí que la curiosidad me arrastraba. Y así me fui internando a otro tiempo mientras la tierra suelta y las ramitas de los árboles comenzaban a crepitar blandamente debajo de mis pies.

El lecho del río Magdalena, ya seco, va serpenteando, angosto, entre árboles torcidos de arrugadas cortezas, y de cuando en cuando uno cruza por debajo de robustos puentes coloniales de piedra oscura en forma de arcos. En la ribera del río descansan añosas casas anteriores a la Independencia. De sus paredes de piedra surge el hierro de los faroles en ángulo recto sobre la callecita empedrada. Entre encendidas bugambilias asoman estas casas sus altos ventanales enmarcados con relieves de dibujo. Son casonas de piedra con dinteles de madera y portones con aldaba de hierro. Es uno de los parajes más tranquilos y deliciosos que he visto en la ciudad de México. Se llama Chimalistac. Me llamó la atención la claridad de las hojas sobre el fondo oscuro de las sombras; el juegos de luz y sombra entre fuentes silenciosas, cruces de piedra y balcones con rosas. Subí al final una cuestecita y volví a los semáforos. Era el eje 10.

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