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MIS ESQUÍS DE MADERA




Para recordarnos que no toda la diversión está publicitada o para que abramos los sentidos a los placeres gratuitos que encierran las cosas más sencillas de la vida y que sólo esperan a que nosotros las abramos ahondando en el instante.

Esta mañana me puse los esquís noruegos de madera. Los había llevado al taller del hotel para que los enceraran, pero el encargado no supo qué hacer con ellos y se limitó a tomarles una foto. Así que en la habitación y yo mismo les unté la cera que me quedaba de mis años en Minnesota, la embebí en la tabla con una plancha y la pulí con un corcho. Me sirvió para recordar que el placer de esquiar comienza desde antes de abandonarse a la nieve.

Los esquís contemporáneos se hacen de fibras sintéticas y sólo llevan un tipo de cera, si es que llevan alguna. Los esquiadores por lo general dejan la tarea de aplicar la cera al taller del hotel, sin sospechar siquiera que al hacerlo se están perdiendo de la mitad del placer de esquiar. Los míos son de madera y una leyenda dice que fueron hechos en Noruega. Los bastones son de carrizo con puntas de acero, empuñaduras de plástico y correas de cuero. Compré todo el juego en una venta de garage en una casa campestre en el norte de Minnesota en 1989. Los viejos se muere allá y al día siguiente las agencias rematadoras ponen todo en la cochera con el portón abierto. Yo los tomé de un rincón, junto a una pala. El evaluador me pidió 13 dólares que yo me saqué arrugados del bolsillo.

Antes de probarlos en la nieve tuve que aprender la técnica de encerar los esquís de madera, que saqué de un viejo libro alojado en la biblioteca de la universidad de Mankato. Llevan dos tipos de cera: una va en la parte media del esqui, debajo del pie, y sirve de tracción; otra va en los extremos, y sirve para deslizar, permitiendo así los dos estados en la marcha del esquí a campo traviesa: impulso y avance. Se alternan ambos estados entre las dos piernas, una que se impulsa, apoyando la parte central del esquí con el peso del cuerpo sobre la nieve y la otra que se desliza al combarse el centro del esquí hacia arriba, lo que permite que el contacto de los esquís con la nieve se realice sólo en los extremos. Ambos tipos de ceras, de tracción y deslizamiento, varían también de acuerdo con la temperatura, pues la nieve se comporta distinto a distintas temperaturas.

Pero sobre todo aprendí, y no en ese libro, que el placer de esquiar comienza desde que suena el despertador; cuando amanece y el café está en su punto y uno alinea dos sillas y coloca sobre sus respaldos los extremos de los dos esquís con la base hacia arriba. Entonces uno ve el termómetro por la ventana y hurga en una bolsa buscando la cera apropiada, la aplica frotando la barra de cera sobre la madera, y es un placer para la mano seguir la superficie lisa que se va curveando hacia adelante, mientras la base del esquí se cubre de cera; el placer es también para los ojos, viendo como se va impregnando la cera, dándole a la madera un semblante opaco, y otro más para los oídos, siguiendo el fragor que reconoce la fricción de una superficie blanda sobre otra dura. Y si juntamos los tres placeres combinados, que vienen de la vista, el tacto y el oído, reconocemos la existencia de uno tercero que mis palabras ya no pueden describir, y que entonces no tengo más remedio que dejar que mis amigos los músicos, a los que tanto admiro porque siempre pueden expresar experiencias más hondas que a las que yo puedo llegar con mis palabras, lo describan en un pasaje musical. Confío entonces en que este cuarto placer del que les hablo ya lo habrán oído alguna vez en alguna una melodía.

Luego se pasa la plancha para derretir la cera haciendo que penetre más profusamente en la madera. Aquí el gusto de la mano preludia el de la práctica misma de esquiar, porque el calor de la plancha funde la cera y el metal se desliza sobre la madera con la suavidad de un dedo de niño sobre el betún de un pastel, como lo hará más tarde la madera sobre la misma nieve. La vista, tan gustosa de observar cambios en todas las cosas que se le presentan: un tramo de suelo de sucio a limpio al paso de una escoba, una hoja de papel vuelta cenizas al ardor de la llama, también disfruta de ver cómo la cera se licua debajo de la plancha, suavizando los trazos dejados por el pulso de la mano sobre la textura de la tabla. Completa los preparativos el gusto de frotar la tabla con un corcho hasta sacarle brillo.

Me abrocho los botines hasta arriba, bien ajustados para pisar con ellos como con nuevos pies. En la punta llevan una pequeña saliente con tres perforaciones por debajo, que se incrustan en tres piquitos salientes ubicados en el estribo del esquí. Jalo hacia abajo las palancas que afirman la bota al esquí y las entro en las dos muescas que lleva el aditamento de sujeción.
Calzados ya los esquís los golpeo un par de veces contra el suelo nevado. Esto me permite reconocer la prolongación de mi pie a lo largo de los esquís y su nuevo peso, también me sirve esta operación para percibir la textura y densidad de la nieve.

Esquiar en un bosque a campo traviesa es una experiencia muy rica en sensaciones para todos los sentidos. El primero que entra en funciones es el tacto. La sensación de deslizarse en la nieve se percibe a través de los pies, adquiere expresión acústica en los oídos al rose de los esquís con el hielo. La vista también se desliza por la superficie blanca siguiendo los distintos matices de luz en las ondulaciones del terreno que sugieren la consistencia y textura de la nieve. El aire en la cara y el pelo dan a la experiencia de esquiar un carácter de libertad indescriptible.

No veo a nadie más esquiando a campo traviesa por aquí, pues toda la gente se halla concentrada en las pistas de descenso atraída por el placer ciertamente más intenso de la velocidad y atrapados por los vistosos folletos publicitarios de las pistas de esquí distribuidos en todos los hoteles del pueblo. Así que me han dejado la práctica gratuita de esquiar en las praderas y bosques a las orillas del lago para mí solo.

En algunas ventanas de las cabañas que dejo al paso diviso cabezas asomadas. ¿No habrán visto antes a un mexicano deslizarse por aquí en unos esquís de madera con el sombrero ladeado?

Un abrazo desde Lake Tahoe.

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