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CORÍN SE CASA

Mi prima Corín tiene los ojos árabes. Cuando la conocí teníamos los dos siete años. Mi padre había manejado una guayina Ford del año, desde Tijuana hasta la Ciudad de México, para que nos conociéramos con los tíos y primos del D.F. En uno de los paseos que hicimos con los primos íbamos los niños en la parte trasera de la guayina. Corín sentada a mi izquierda. Su codo rozó con el mío, y es el primer recuerdo que tengo del interés que han despertado en mi vida las mujeres. Los niños saltamos del carro y corrimos hacia los atracaderos. A mí se me olvidó el codo de mi prima al ver las trajineras. Era el tiempo en que las trajineras de Xochimilco todavía iban decoradas con flores naturales.

Veintitrés años después sería Corín la de la idea que incineráramos el cuerpo de mi padre. No hubo mucha convivencia entre los primos durante años, pero en esporádicos momentos importantes de la familia hemos estado juntos. Ayer yo entregué a Corín en matrimonio a un áraomrabe musulmán.

Corín tiene una hija preciosa que se llama Paulina y un hijo, Paco, que ya la ha hecho abuela, pero Corín no se cansa de reinventar su vida. Se convirtió al Islam, con lo cual yo no estoy de acuerdo, pero respeto su decisión, y hace cuatro años conoció a Omrán. En realidad no lo conoció, simplemente lo vio un par de minutos en una reunión con otras personas en una fiesta en Líbano, donde ella se encontraba de viaje. Desde entonces mantuvieron el contacto por Internet y por teléfono, y cuando él le anunció hace una semana de la boda, ella se alegró mucho de que la invitara. Fue hasta el día siguiente, al comprender que la novia era ella, cuando perdió el apetito, y por eso sale tan flaca y demacrada en las fotos que le tomaron ayer en la ceremonia.

En México sólo existen dos mezquitas, una en Torreón y otra en Tuxtla Gutiérrez. En el D.F. hay una casa de oración de dos pisos en la colonia Anzúres, donde se reúne una feligresía de musulmanes muy chiquita. Las mujeres están restringidas a una sala separada del resto de la casa por una cortina. Allí conversan y hacen oración. Al llegar de la calle los hombres se descalzan para pisar las áreas alfombradas, ya que sobre la alfombra colocan la cara al rezar en horas precisas del día, orientados hacia la Meca, que da hacia un ángulo de la casa.

El otro día que acompañé a Corín a su clase de árabe le permitieron permanecer en la sala principal porque iba acompañada de un hombre de su familia. Sentados en la alfombra seguimos la instrucción del maestro. El árabe se escribe de derecha a izquierda, su vocabulario tiene 28 caracteres y éstos se escriben de manera diferente según se encuentren al principio, entre o al final de la palabra.

La última vez que se comunicó Omrán por teléfono el día de su boda con Corín había sido desde el aeropuerto de París, pero su avión llegó a México y Omrán no aparecía. El celular de la comitiva que lo había ido a recoger al aeropuerto llamaba para decir lo mismo: “Ya bajaron todos del avión y Omrán no aparece”. En la casa de Anzures la tensión aumentaba. Mi tía Socorro con su velo redondeándole la cara se fumaba un cigarrillo sentada en la defensa trasera de un carro frente a la casa. “Vergüenza con quién tía?, mírate, ni siquiera eres tú, y esta gente ni nos conoce ni nos volverá a ver!”, le decía yo con mi cofia bien puesta. “En el peor de los casos, dejamos aquí estos disfraces y con una buena cena en La Condesa nos vamos a celebrar que el árabe no vino”. En el recinto de las mujeres a Corín se le había pasado la ansiedad y ahora yacía extendida en el suelo con “una cara de desilusión”, diría luego su cuñada, la esposa de mi primo Mítl, a la que yo había confundido con una musulmana auténtica hasta que me la presentaron al final de la ceremonia.

Los oficiales de migración, después de indagar por todos los medios a su alcance sobre la identidad y nexos de Omrán, lo dejaron salir. Llegó con todo y maletas a la casa de oración, alto, atlético, de barba recortada, con una sonrisa de buena gente que valía más que el contrato que luego le hizo firmar Corín, y en que se comprometía a tener una sola esposa. Al atravesar la noticia de la llegada del novio los pliegues de la cortina, Corín se levantó de un salto con una sonrisa de iluminada que no se le borró en toda la noche.

Cuando al micrófono dije a Omrán en inglés que yo quería ver en el hecho de que él hubiera recorrido la mitad del mundo para casarse con Corín una prueba de la seriedad de su decisión, él me contestó que si Corín estuviera en Marte, iría hasta Marte por ella.

Pero con eso de que una foto dice más que mil palabras mejor me callo y que las fotos hablen:










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