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LA CONDESA

Deambulando por las calles de La Condesa es inevitable que un paso retozón se le pegue a uno a los zapatos, que los cinco sentidos se aviven y que den ganas de detenerse en una mesita de café para escribir a los amigos.

Me estoy quedando aquí en la ciudad de México, en un séptimo piso muy cerca de la unión de Tamaulipas y Michoacán en La Condesa. Desde allá arriba casi puedo elegir bajo las frondas de los árboles un cafecito distinto para cada sesión de escritura. Ahora escribo desde uno que se llama Village Café.




La Condesa es un barrio lleno de callecitas en diagonal con camellones profusamente arbolados que se cruzan. Abundan los restaurantes con marquesinas y toldos sobre las banquetas, bares y cafés. Por las noches, mientras el resto de la ciudad se recoge, La Condesa se distiende en una glamorosa celebración al diente y a las coqueterías.

A mí me gusta especialmente La Condesa los domingos por la mañana. Hay una languidez en el ambiente en que se antoja deambular por debajo de las jacarandas enrracimadas de azul, mientras algunos trasnochados en mesas de banqueta leen el periódico junto a una tasa de café. La Condesa es la colonia más cosmopolita de la Ciudad de México, con la especialidad de sus restaurantes de distintas cocinas nacionales y la mayor concentración de residentes extranjeros en la ciudad, provenientes de Argentina, Venezuela, Brasil, Cuba, Estados Unidos, España, Francia e Italia, principalmente.

LOS TURIBUSES
Cuando pasan los turibuses cargados de turistas y yo voy saliendo del edificio de departamentos no puedo sustraerme a la tentación de sentirme parte del paisaje, y entonces me enderezo, freno o apuro el paso, buscando facilitar algún encuadre interesante para sus cámaras, que les permita decir cuando vean las fotos en sus casas: “México”, y para que entonces alguien que no hizo el viaje pueda comentar: “Se ve que en México ya no andan en burro. Mira éste, hasta lleva su laptop”.


LAS ESCOBAS DE LA CONDESA

Amanece en La Condesa al batir de las escobas que pasan arañando implacables la calle y las aceras. Son unos escobones artesanales hechos de ramas atadas al extremo de un palo que no perdonan ni a las flores de las jacarandas tendidas al pie de los árboles, y esta exquisita alfombra de pétalos cárdenos queda amontonada con los vestigios de la noche anterior como si fuera basura.

EL PARQUE SAN MARTÍN







Al parque San Martín la gente le llama “Parque México” debido al nombre de la avenida que lo circunda, y es uno de los parques más hermosos que he visto en esta ciudad. Hay un estanque de patos con un chorro de agua en un islote, subiendo tan alto como el gran pirul viejo que tiene a un lado. El parque San Martín es un sitio muy agradable para caminar, ir con la familia, leer un libro, jugar ajedrez, tocar una guitarra, llevar al perro, darse un beso en una banca, trotar haciendo ejercicio pero, al parecer, una cerrazón de miopía urbana que confunde progreso con pavimentación borró del corazón de los administradores del parque el gusto sencillo por los caminitos sinuosos y blandos de tierra y en su lugar pusieron anchos andadores de adoquín. Transitar por estos caminos a trepidante galope por las mañanas es someter tobillos, rodillas y vértebras a una percusión de huesos mortificante, y por eso yo me aparto de estos caminos duros, y en plan de sacudir los huesos a pie ligero, mejor voy dejando las huellas de mis tenis en los claros de tierra cepillada.

Claros de tierra pelada son el testimonio de una manipulación corporativista expresada en una estética urbana de lo estéril.

A estos administradores del parque les ha dado también por arrancar las plantas autóctonas del lugar a fin de dar empleo a un ejército de sufragios para el partido en turno. En reposición van sembrando dedos de moro ajenos al lugar y efímeros agapantos. Acuclillados van los jardineros echando manotazos a diestra y siniestra, arrancando como autómatas el crecimiento de las hojas más largas. Pregunto a uno de ellos por qué las corta. Me mira sonriente: “No sé, nos dijeron”, y continúa su labor. Cientos, miles de hojas, así van quedando mordisqueadas por esta plaga de conejotes con más oficio que beneficio. Algunos de estos hombres-conejo, y también mujeres-conejo, llevan en las orejas unos audífonos que parece les fueran dictando: “corta, corta, corta que te corta”.

Un regimiento de barrenderos, en otro frente contra el parque, invade los terrenos entre los troncos de los árboles. Con frenético ahínco se llevan todas las hojas cepillando la tierra y levantando espesas nubes de polvo que agregan a la experiencia de correr por las mañanas estornudos y ataques de tos.

Se olvidó el placer de pasear la vista por el libre amontonamiento de hojas infinitas en sus texturas y colores mates; el placer de agradar a los oídos con su crepitar mullido al peso de los pasos; se olvidó el beneficio que dan las hojas sueltas reteniendo la humedad del suelo y descomponiéndose en nutritivo humus. Un parque sin hojas esparcidas es, en definitiva, un parque estética y naturalmente muerto.

Las consignas sobre el cuidado del parque han cambiado con el tiempo, pero especialmente llaman la atención dos letreros grabados en cemento por el ayuntamiento de 1927. Si hoy resulta excesiva y rebuscada el habla en la Ciudad de México, estos letreros de antaño son dos flores a la expresión del castellano por estas latitudes. “Arrojar basura o cáscara de frutas desdice mucho de la cultura y urbanidad de cualquier persona”, y este otro: “Todas las indicaciones que usted haga a sus hijos para respetar este parque elevarán su nivel moral y su cultura”.

EL PÉNDULO HUMANO
Un hombre, mejor dicho, un péndulo humano se balanceaba suspendido detrás del ventanal de mi séptimo piso (octavo porque acá no cuentan el de nivel de calle). Era el limpiador de ventanas, bajando en su silla de tabla colgada de una cuerda, que seguro venía de darse un tacazo de ojo después de limpiar la ventana de la recámara de mi vecina de arriba. Abro un poco la ventana y lo saludo, los ojos muy abiertos. Y el hombre con su acento indígena me contesta esta perla de la literatura: “Si le da miedo no me vea”.

ART-DECÓ
Lo más característico de La Condesa, son sin duda, las fachadas Art-decó de sus casas.

























Mucha gente no sabe que la forma oval de la avenida Amsterdam se debe a que ésta sustituyó a la antigua pista de carreras de caballos del Hipódromo Condesa de principios del siglo pasado.

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