Parecía que la historia había ya superado la maldición de repetirse; que las lecciones del pasado nos habían instalado en la cordura y sensatez de una civilización sin vuelta a la barbarie. Entonces aparece un megalómano, ególatra, soberbio y arrogante: un hitler cualquiera, pero sin ideología ni ideas, y bastante más vulgar —acaso más a tono con la sociedad norteamericana actual—, para despertarnos del engaño: la bestia de la discriminación, de la xenofobia, de la desigualdad, de la fuerza bruta… solo estaba dormida. Sólo dormía, y la despertó justamente este gracioso payasote que el partido republicano dejó entrar al ruedo para hacer más divertido el proceso electoral y, de paso, captar los votos de muchos ciudadanos despistados. Jamás imaginaron los directivos de este partido que, a la postre, resultaría imparable el showman de la cabellera encendida ni que los “muchos ciudadanos despistados” pudieran contarse en millones y conformar una amenaza real del advene...