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Mostrando entradas de 2007

QUE SUS SUEÑOS NO SE HAGAN REALIDAD

Alfredo O. Trillo Enero es promesa oliendo a culpa quemada. Lo equivocado que fuimos es cosa del pasado y a la inconformidad le llega su revancha. Por eso es bueno que los años terminen, porque así podemos decir “borrón y cuenta nueva” y, aunque el último segundo de un año se da la mano con el primero del siguiente, en ese apretón de manos damos un salto de la mediocridad hecha costumbre a la posibilidad de ser mejores, porque cada año el corazón retoña y le brotan flores, y con ese ramillete en el pecho de buenos propósitos seguimos caminando. Enero nos reencuentra con nosotros mismos y con quienes queremos ser, para que volvamos a soñar con los ojos abiertos los sueños que quizá ya habíamos tenido pero que ya habíamos dejado de soñar. Buscar, querer, ir hacia... llamémosle "los sueños", nos impulsa a seguir adelante, aunque nuestra responsabilidad no consista tanto en llegar como en haber andado. Perdón si no brindo –pues- por la realización de los sueños. Brindo, en cambio

LA ESPIGA 101

Al consultorio de Julieta, la hermana de José Luis, llegó un niño de doce años que parece de seis. Oscuras las mejillas, salpicadas de manchitas blancas, y muy recta la partidura a un lado de la cabeza. Venía a que le taparan una caries y en cada mano traía una flor. De la mañanita en Ayahualuilco las había cortado en el campo y al troncharlas por el tallo se salpicó de rocío. Entonces subió al autobús que pasó junto al camino y llegó hasta Córdoba sin soltar las flores ni un momento. En el consultorio la esperó balanceando los pies en una silla, mirando por la ventana, hasta que la vio llegar. Y cuando llegó salió corriendo a recibirla con las dos flores en cada mano. Eran un bracito de rosal con una rosa cerrada y una espiga coronada por una explosión de florcitas blancas, de las que aquí llaman “cientouno”, y que usan las gentes de las sierras altas de Veracruz para dividir sus propiedades. Julieta lo abrazó y las flores pasaron a sus manos. Ella me vio junto a la puerta y radiante

LA MONEDA FRÍA

Los grandes espacios y las multitudes aprietan la soledad al fondo de los bolsillos, como una monedita fría que no se calienta ni de sobarla entre los dedos. De la estación del metro Chilpancingo salí a buscar un poco de aire al parque San Martín de la Condesa. Debajo de la fina llovizna que comenzaba a dibujar las siluetas de las ramas en el suelo me guarecí al amparo de un alero de hormigón, sentado en el tronco que había servido de soporte a una banca que faltaba. Por el celular escuché voces amigas que igual me acompañaron desde interrumpidas conferencias, clases de inglés, un consultorio, y hasta asistí de oído a las deliberaciones indecisas que se hacían en una zapatería sobre la presunta comodidad de un pie en un zapato, mientras la lluvia rebotada en el suelo me mojaba las piernas del pantalón. Si yo fuera fumador habría inclinado la cabeza hacia adelante con los ojos entrecerrados cuando apagué el celular, y de mi mano hecha concha habría salido el cigarrillo como una luciérna

RECUERDOS EN LA VENTANA

No muchas veces escribo desde esta altura. Vuelo atravesando la península de Baja California, sobre las montañas de San Pero Mártir, mientras el brazo del golfo se va ensanchando en la ventanilla. De pronto vengo pensando que de los lugares que he conocido, los que más me han impresionado han sido aquellos que no he visto. Quizá por eso cuando viajé en colectivo entre Córdoba y Santa Fe, Argentina, quise las dos veces hacerlo de noche. Siempre me ha gustado en mis viajes dejar algunos lugares a la imaginación y seguro que éste debe ser uno de ellos. Hoy recuerdo desde esta ventanilla que da a las nubes las largas jornadas en la pampa, comiendo un asado a la parrilla junto al cuerpo de un puma muerto, recién cazado a tiros porque merodeaba el ganado en aquellas cabalgatas que hacían los gauchos arreando el ganado, todavía a principios del siglo XX, entre Córdoba y Santa Fe. Yo veía y vivía entonces toda esa historia con una impresión tan fuerte que no se me ha olvidado después de trece