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Cierro los ojos al disparo de la pistola que me apunta. Y los abro al estirar el brazo y apagar el despertador a las 4:45 de la mañana. Hace unos meses, cuando no tenía la obligación de un horario de trabajo no habría imaginado que presenciar el amanecer fuera tan estimulante –los crepúsculos están sobrevaluados-. Enciendo los faros del carro y enfilo hacia el cruce fronterizo. En el trayecto escucho SESION I por enésima vez en mi estéreo. No me canso de oírlo. Cada vez que lo escucho hago el ejercicio mental de imaginarme que soy una persona distinta entre las que
me lo han comprado y, así me dejo sorprender una y otra vez por mis propias letras, por la voz de KLEYTON y sus juegos vocales, por los arreglos de Jorge VILLALOBOS.
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Unos cincuenta mil automóviles cruzan diariamente la frontera por sus 19 puertas a esta hora. Emigrados que viven en Tijuana y trabajan en los alrededores de San Diego, del otro lado de la frontera. Es una hora al día que se pierde o se gana en la espera, y que si se suma al paso de meses y años, puede conformar un tiempo considerable. Yo preferí incluir este tiempo en mi vida, y así fue como leí la Rayuela y me aventé algunos cursos de portugués e italiano en otra temporada de cruces diarios.
En la espera para cruzar (una hora en promedio) leo algún libro, preferentemente en inglés, para seguir aprendiendo. Aprender una segunda lengua implica un estudio de por vida.Y mientras voy leyendo, el libro contra el volante, oigo de fondo el pregón de las muchachas que pasan vendiendo avena, café y tamales.
Con el mismo movimiento de apagar el despertador hace una hora, saco el brazo por la ventanilla y muestro el pasaporte al oficial de migración. Were are you going? Chula vista –digo por la costumbre-. Entonces toma el pasaporte y lo pasa por una lectora electrónica y me lo devuelve. Por lo general eso es todo. Pero enseguida también puede preguntar: What was the purpose of your visit in Mexico? y Is this your car? For how long? Más preguntas que estas ya son por fastidiar.
Sigo las lucesitas rojas de los carros que me preceden. A 70 millas por hora soy una bandera de libertad por el Freeway 5, que va surgiendo de la madrugada espesa como leche. Ahora escucho el penúltimo de Luis Miguel y me enamoro de mujeres que imagino mientras me acerco al parque de la marina de la calle “J” a esperar que dé la hora para verme con mis compañeros de trabajo.
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Saco mi cámara. Retrato contra el sol naciente la empalizada de mástiles quietos sobre el agua que los duplica.
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Entre los eucaliptos de corteza fofa y los framboyanes sorprendo a un árbol entrepiernado, y lo retrato antes de que se esfume su hechizo bajo la luz suave e inclinada del alba. Pero si ustedes fueran a verlo a plena luz del día lo encontrrarían indiferente, sin más compromiso con el paisaje que el de ser árbol.
Sentir y pensar concurren, y me llega de golpe la intuición de que en eso consiste la inspiración: el nirvana de los artistas. Escucho el aire puro y fresco llenándome los pulmones, y los latidos de mi corazón.
Quizá debiera tener ahora una tonada del KLEYTON para escribir una canción.
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