Esta mañana me despertó un ligero escozor en la punta de la nariz. Al abrir los ojos me encontré con los de mi hijo, mirándome desde su temprana infancia de un año con siete meses. El conjunto de sus ojos curiosos enmarcados por el ligero esbozo de una sonrisa denotaba inteligencia y una inmensa dulzura que nunca quisiera olvidar. Tenía su dedo índice apoyado en la punta de mi nariz y así, como si estuviera señalándome, dijo suavemente: “papá!”.
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