Mi amigo Manuel Mar Gallardo, excompañero de departamento de nuestros años universitarios en Mexicali, es ingeniero civil y su trabajo lo lleva por todo el país. Su más reciente llevada a Hidalgo por poco no la cuenta, pero al darnos un abrazo en Tijuana –después de quince años de no vernos– me la contó:
Subíase a su auto
cuando un hombre, pistola en mano, le obligó a recorrerse para hacerse del
volante.
–¡Quítale
el seguro a la otra puerta! –le ordenó.
Manuel vio a través de la ventana al
segundo asaltante y no obedeció.
–¡Que
se lo quites cabrón!
Se dice que ante
el peligro los segundos duran horas, y a Manuel le alcanzaron para planear, según
me aseguró, con un ímpetu en la voz que me hizo recordar sus ocurrencias a la
sombra de un pino salado en Mexicali: ¡siete maneras de escaparse!
El asaltante,
impaciente porque no le obedecía, se pasó la pistola a la mano izquierda y con
la derecha giró las llaves del encendido.
“¡Es ahora o nunca!”,
pensó Manuel.
Extendió el
brazo hacia el asiento del copiloto y sintió la dureza metálica del cutter debajo de la mochila. Vio de
reojo el cuello, la carne del cuello, blanda y palpitante, estremeciéndose a
cada: “¡Quítaselo cabrón!”
Manuel apretó la
empuñadura y sintió el frío del metal recorrerle el antebrazo. Calculó el medio
círculo de la trayectoria de la navaja, la velocidad y la fuerza; y sorpresivamente
se giró sobre su asiento. Con las dos manos estrelló la cabeza del intruso contra
el volante, quitó el seguro de la puerta y de una patada la abrió, tumbado al
segundo asaltante, que quedó con los pies atorados entre la puerta y el cordón
de la banqueta.
Viéndose libre
corrió. Alcanzó a escuchar el consabido “vámonos!” Y aunque no se volvió para confirmarlo, supo
que se llevaron su carro con su laptop y su cámara Nikon.
Esa noche lo
invité a que conociera el malecón de Playas de Tijuana y nos tomamos un
chocolate caliente en el Latitud 32.
Entre sorbo y
sorbo…
–¿Por qué frustraste
el plan de escaparte que llevabas?
Su sonrisa, con
el filo de una navaja, se hundió en la oscuridad del mar:
–Me dio lástima
matarlo.
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